«El
Buscón»
destaca por su caricaturesca descripción de una sociedad
desintegrada y por su espléndida creación verbal, modelo de ingenio
y de dominio del lenguaje. Hijo de un ladrón y de una bruja. Pablos,
el Buscón, entra al servicio de un joven rico, vive en Alcalá, en
la corte y acaba viajando a América.
Es
una obra en la que abundan los juegos de palabras y metáforas. Por
poner un ejemplo (de hipérbole), cuando llega a casa de unos
bandidos y le dan la bienvenida dice:
<<
[...]; empezaron, por bienvenido, a beber a mi honra, que yo, hasta
que la vi beber, no entendí que tenía tanta. >>
En
el libro, Quevedo es despiadado con todos los personajes y eso se ve
en las descripciones (sobre todo físicas) de estos. Son de gran
contenido humorístico y demuestran un profundo conocimiento del
idioma, con el que el autor juega de manera espectacular: equívocos,
símiles, metáforas...
En
«El
Buscón»,
Quevedo satiriza sólo a las personas, no a las ideas u opiniones. Es
decir, se mete con los curas y las monjas mundanos, no con la
religión; se mete con los nobles indignos, no con la nobleza; etc..
El
argumento es secundario en
«El
Buscón»
;
lo importante es provocar la risa, satirizar la sociedad de la época
y jugar con las palabras. En la obra, Quevedo se atreve a hablar
ridiculizándola, incluso de la Iglesia y de la Inquisición. Por
ejemplo, en este fragmento, el
ama de una residencia de Alcalá donde reside Pablos está dando de
comer a sus gallinas llamándolas al grito de <<¡Pío, pío!>>,
viene Pablos, que quiere quedarse con una gallina y le dice:
<<
[...] ¿No os acordáis que dijisteis a los pollos, pío, pío, y es
Pío nombre de los papas, vicarios de Dios y cabezas de la Iglesia?
Papáos el pecadillo>>.
Ella
quedó muerta, y dijo: - <<Pablos, yo lo dije, pero no me
perdone Dios si fue con malicia. Yo me desdigo; mira si hay camino
para que se pueda escusar el acusarme, que me moriré si me veo en la
Inquisición>>.
<<Como
vos juréis en una ara consagrada que no tenéis malicia, yo,
asegurado, podré dejar de acusaros; pero será necesario que estos
dos pollos, que comieron llamándoles con el santísimo nombre de los
pontífices, me los deis para que yo los lleve a un familiar que los
queme, [...].>>
Quevedo
no se deja títere con cabeza, ya que todos los personajes de la obra
son criticados y satirizados con dureza hasta dejarlos por los
suelos.
La
obra parece querer significar que cada uno tiene su sitio en el mundo
y que no hay quien salga de él, es más, el que lo intenta parece
que sale perjudicado: “…nunca
mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y
costumbres.”
Obra
para recomendar, para comentar, para reflexionar.
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