El
peluche la miraba desde la estantería. No recordaba un momento de su
vida en el que no hubiera estado presente. Desde la cuna hasta la
cama de matrimonio, compartiendo, según el momento, protagonismo con
otros peluches y cojines de colores. Por fin decidió desterrarlo a
un estante lateral en el que guardaba viejas glorias. ¿Tirarlo? No.
Quizás darlo pero ¿a quién?. De vez en cuando un achuchón puntual
y momentáneo despertaba emociones dormidas y llenaba de recuerdos su
memoria. ¿A qué olía? ¿A vainilla?. Sentada a los pies de la
cama, devolvió la mirada al peluche, lo cogió, lo sostuvo entre sus
manos y le arrancó la cabeza. Una atadura menos le uniría, a partir
de ahora, con su pasado.
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