El teclado del ordenador
parecía ir solo. Él se limitaba a mantener los dedos sobre las
teclas pero no daba ni una sola orden, las palabras iban y venían
con la agilidad del que tiene todo controlado y las frases salían
sin dificultad terminando los capítulos uno tras otro hasta la
obtención de la obra completa. Así había escrito ya tres libros en
tan solo tres meses. Los escaparates de las librerías guardaban un
hueco vistoso para exponer sus libros e iba a las presentaciones con
la sensación de estar cumpliendo un mero trámite, sin expectación,
con resignación. Esa noche decidió no trabajar. Descansaría y
comenzaría el nuevo libro a la mañana siguiente. Mientras
descansaba un tentáculo que salió de su oído izquierdo despertó
en él la inquietud de una nueva obra y, sin saber por qué, se
levantó a media noche sentándose frente al ordenador.
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