La casona
sobresalía de entre los arbustos. Las ramas de los árboles cubrían
los ventanales cual cortina exterior y las hojas, movidas por el
viento, golpeaban suavemente los cristales. Desde el interior Martina
observaba el bosque cercano cómplice de haber compartido con él
paseos y descubrimientos inolvidables.
Nunca se
sintió sola viviendo en la casona. El bosque cuidaba de ella y los
espíritus cuidaban del bosque. Aprendió, de su abuela, el arte de
las hierbas curativas: hervidas o en cataplasma podían sanar
cualquier enfermedad, las había especiales para resfriados, para el
mal de ojo, para dolores musculares...todas eran importantes y
guardaban el mismo lugar prioritario en su botiga casera.
Martina
oyó tres golpes: pom, pom, pom...alguien la buscaba y ella, hierva
en mano, acudiría a la llamada. Cuando abrió la puerta sintió un
enorme calor en su vientre. Sangre, dolor...producto de ignorancia y
miedos difíciles de acallar. ¿Bruja? No, “Curandera de Remedios
Naturales”, ponía en el cartel de la puerta. Fin de excelentes
conocimientos y recetas ancestrales. El final de una larga saga. El
principio del fin.
Me he quedado con la gana de seguir leyendo.
ResponderEliminarAngela
Lo retomaré y te contaré que pasó, ¿vale?
Eliminar