NURIA MOLINA CONCEPCIÓN nos deleitó, en el Taller de Escritura de Adultos, con este texto profundo y muy elaborado. Había que contar una historia que comenzara con la frase "Levanté la vista y allí estaba..." y este es el resultado...
"Levanté
la vista y allí estaba, aterida de frío, acurrucada, empapada
por la lluvia. Sus ojos de una profundidad marina, interrogantes me
miraron con fijeza y aliviada sonreí.
Había
estado una semana buscándola en el mismo lugar donde cada tarde,
desde hacía dos meses, se apostaba con un platillo con unas cuantas
monedas. Tendría unos dieciocho años.
El martes
una inquietud se adueñó de mí y ya no me abandonó; en mi mente
seguía presente ora estuviera sola o acompañada de amigos, ora
trabajando o en momentos de quietud. La había visto todos los días
de regreso a casa, y había parado a tomar un café en la cafetería
del otro lado de la calle. Me había acostumbrado a ella, a
preguntarme por su vida y cómo había llegado tan joven a tener que
recoger en un platillo la voluntad de la gente. Sin embargo nunca
antes le hablé, solo la miraba, sonreía y le echaba unas monedas.
El jueves
mi desasosiego era tal que el insomnio cayó sobre mí . Al día
siguiente, a la salida del trabajo, estuve tentada de regresar a casa
por otro recorrido, pero irremediablemente me encontré frente al
portal y allí estaba, suspiré aliviada y de nuevo me acerqué, le
sonreí y le eché unas monedas.
¿Y si no
la volvía a ver?. Tenía derecho a saber quién era yo, teníamos
derecho a conocernos. La invité a un café con leche caliente y
aceptó.
Yo
tendría su edad cuando salí huyendo de mi casa perseguida por un
monstruo que acechaba mis noches.
Hablé de
cosas banales y vi por primera vez su sonrisa de ángel, su luz que
irradiaba el local y calentaba hasta el rincón más frío y lúgubre
de la estancia.
Tuve
miedo, no lo voy a negar, y solo me atreví a invitarla de nuevo a
otro café con leche al día siguiente, y aceptó.
Así supe
que se llamaba Sara, como su madre, y que estuvo viviendo con su tía
Marta desde muy niña. Sus ojos se inundaron de tristeza y cabizbaja
y sin apenas aliento en su fina voz dijo: murió.
Una
punzada hiriente se instaló en mi pecho. “Tía Marta … una buena
mujer.¿estuviste toda tu infancia con ella?”. “Sí, mi madre me
abandonó”. Esta vez me sorprendió una nueva mirada, altiva, con
inquina, sus ojos violentos buscaron mis ojos y yo no pude más que
apartarlos.
Volví a
invitarla para el día siguiente, pero no aceptó.
Yo seguí
todas las tardes pasando por el lugar de Sara, me acercaba, le
sonreía y le daba unas monedas. Un lunes, lo recuerdo bien, me
acerqué a ella como cada tarde y esta vez dejé un billete de
cincuenta y ella sonrió y mirándome burlonamente a los ojos dijo
: -Qué… la culpa ¿ no? y cogiendo el dinero: - Esta vez invito
yo.
Y esa
vez fue ella la que preguntó por mi nombre “Sara” y por qué
había llegado a esa situación. Le expliqué lo del monstruo que me
buscaba por las noches y se metía bajo mis sábanas y con una
tranquilidad que daba espanto soltó: -A ese monstruo también lo
conocí yo pero ya me lo cargué, cogí un cuchillo, lo esperé una
noche y ¡zas! ….
No
volvimos a vernos. Ella desapareció, no volvió al lugar de siempre
y yo, en el fondo, sentí alivio. Tuve miedo que me alcanzara la
crueldad que observé el último día que tomamos café y he estado
convenciéndome cada día que así era mejor. Cada una en su lugar. Y
cada uno también".
No hay comentarios:
Publicar un comentario