viernes, 25 de septiembre de 2015

Talleres 21 Septiembre 2015 (IX) ADULTOS. Nuria Molina Concepción


NURIA MOLINA CONCEPCIÓN nos deleitó, en el Taller de Escritura de Adultos, con este texto profundo y muy elaborado. Había que contar una historia que comenzara con la frase "Levanté la vista y allí estaba..." y este es el resultado...


"Levanté la vista y allí estaba, aterida de frío, acurrucada, empapada por la lluvia. Sus ojos de una profundidad marina, interrogantes me miraron con fijeza y aliviada sonreí.
Había estado una semana buscándola en el mismo lugar donde cada tarde, desde hacía dos meses, se apostaba con un platillo con unas cuantas monedas. Tendría unos dieciocho años.
El martes una inquietud se adueñó de mí y ya no me abandonó; en mi mente seguía presente ora estuviera sola o acompañada de amigos, ora trabajando o en momentos de quietud. La había visto todos los días de regreso a casa, y había parado a tomar un café en la cafetería del otro lado de la calle. Me había acostumbrado a ella, a preguntarme por su vida y cómo había llegado tan joven a tener que recoger en un platillo la voluntad de la gente. Sin embargo nunca antes le hablé, solo la miraba, sonreía y le echaba unas monedas.
El jueves mi desasosiego era tal que el insomnio cayó sobre mí . Al día siguiente, a la salida del trabajo, estuve tentada de regresar a casa por otro recorrido, pero irremediablemente me encontré frente al portal y allí estaba, suspiré aliviada y de nuevo me acerqué, le sonreí y le eché unas monedas.
¿Y si no la volvía a ver?. Tenía derecho a saber quién era yo, teníamos derecho a conocernos. La invité a un café con leche caliente y aceptó.
Yo tendría su edad cuando salí huyendo de mi casa perseguida por un monstruo que acechaba mis noches.
Hablé de cosas banales y vi por primera vez su sonrisa de ángel, su luz que irradiaba el local y calentaba hasta el rincón más frío y lúgubre de la estancia.
Tuve miedo, no lo voy a negar, y solo me atreví a invitarla de nuevo a otro café con leche al día siguiente, y aceptó.
Así supe que se llamaba Sara, como su madre, y que estuvo viviendo con su tía Marta desde muy niña. Sus ojos se inundaron de tristeza y cabizbaja y sin apenas aliento en su fina voz dijo: murió.
Una punzada hiriente se instaló en mi pecho. “Tía Marta … una buena mujer.¿estuviste toda tu infancia con ella?”. “Sí, mi madre me abandonó”. Esta vez me sorprendió una nueva mirada, altiva, con inquina, sus ojos violentos buscaron mis ojos y yo no pude más que apartarlos.
Volví a invitarla para el día siguiente, pero no aceptó.
Yo seguí todas las tardes pasando por el lugar de Sara, me acercaba, le sonreía y le daba unas monedas. Un lunes, lo recuerdo bien, me acerqué a ella como cada tarde y esta vez dejé un billete de cincuenta y ella sonrió y mirándome burlonamente a los ojos dijo : -Qué… la culpa ¿ no? y cogiendo el dinero: - Esta vez invito yo.
Y esa vez fue ella la que preguntó por mi nombre “Sara” y por qué había llegado a esa situación. Le expliqué lo del monstruo que me buscaba por las noches y se metía bajo mis sábanas y con una tranquilidad que daba espanto soltó: -A ese monstruo también lo conocí yo pero ya me lo cargué, cogí un cuchillo, lo esperé una noche y ¡zas! ….
No volvimos a vernos. Ella desapareció, no volvió al lugar de siempre y yo, en el fondo, sentí alivio. Tuve miedo que me alcanzara la crueldad que observé el último día que tomamos café y he estado convenciéndome cada día que así era mejor. Cada una en su lugar. Y cada uno también".

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