- “Tienes
que pensar lo que haces”, dijo su abuelo, al tiempo que bajaba la
cara tapándosela con las manos. - “Eres muy joven y si no piensas,
las cosas irán a por tí”.
- “Ellas
no me quieren”, contestó Sara con firmeza. - “La quieren a ella”
y sin mediar más palabra avanzó hacia la puerta del salón y la
atravesó.
La
tristeza que inundó el momento duró muy poco porque el abuelo la
siguió con el pensamiento e intentó protegerla a pesar de ella
misma. - “Piensa lo que haces, volvió a insitir, no dudes de que
te encontrarán”.
Sara
levantó la vista respondiendo con mirada perdida al pensamiento de
su abuelo. Sabía lo que decía, sabía lo que hacía y no tenía que
pensarlo más.
Las
cosas la seguían, la rondaban pero no temía nada de ellas. Cuando
llegara el momento entenderían su actitud, debía protegerla y lo
haría hasta el final.
Continuó
hasta la esquina de la calle y con la tranquilidad del que mantiene
la certeza, miró hacia la casa del abuelo devolviéndole, al tiempo,
un pensamiento sonriente.
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