"Recuerdo
a la perfección esa aventura en la Granja de Caramelo que tanto me
marcó. (Sí, lo digo como si uno viviera aventuras en una granja de
caramelo todos los días). Entré en una casa apartando (bueno,
comiéndome) la verja de bastón de caramelo, le di unos bocados al
césped y lo escupí (era césped de verdad ¿de qué servía hacer
una granja de caramelo si el césped era normal?). Vi a las vacas de
leche con chocolate Milka y no pude resistirme a dale a una un
bocado. De pronto...
-¡Muuuu!
-era la vaca.
Y
yo le dije:
-¡Muuuu!
¡Buena señora vaca!.
De
pronto comenzaron a salir del granero un ejército de hombrecitos de
jenjibre con perlitas de azúcar y unas armas de regaliz cargadas de
nubes de azúcar.
Apuntaron
y...
-¡Qué
ricoooo! ¡Lanzad más!
Pero...¡Oh
no! Se habían quedado sin munición.
Una
escopeta deliciosa me comí después de los hombrecitos de jenjibre.
El camino de petacetas era raro. Chupaba y me hacía pupita en los
pies ¿por qué chuparía del suelo?
¡Tonta!
Entré
en la casa y lo que vi me fascinó: mesas de caramelo, sillas de
chocolate, barandillas de chicle, lianas de spaguetti, camas de
regaliz...
¡Fascinante!
¡Como
la fábrica de Willy Wonka!"
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