Desde que lo vio, quedó
deslumbrada: alto, esbelto, con las medidas perfectas, en equilibrio
con su ser y tan distinto al resto del paisaje. Aquel edificio,
levantado en un oasis desértico destacaba en la línea del
horizonte, erguido, altanero, como faro que controla, dejándose ver,
todo lo que le rodea.
Susana llegó con el
coche hasta la entrada principal y esperó hasta que el botones le
abriera la puerta y le cogiera las llaves. Un señor trajeado y con
pañuelo enrollado en la cabeza se presentó frente a ella y le
tendió la mano. Al entrar al hotel la acercó a un rincón iluminado
en el que se había expuesto un gran cartel con su foto, su nombre y
varios ejemplares de su último libro.
Jamás pensó que el
interés por su obra se extendiera hasta tierras tan lejanas.
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