"La finca era moderna y
cara. Al paso de los tacones brillaban los amplios suelos negros
encerados mientras los pasamanos en negro y oro resaltaban la
elegancia y exclusividad del edificio. El portero de sienes grises y
aspecto militar observaba todos los movimientos. El aire que
circulaba por los pasillos se tomaba con tímido aliento pues parecía
tener precio allí.
No sabía cómo, pero
necesitaba acceder hasta el escondite de la gargantilla, era su
garantía de unos meses de libertad económica y de movimientos. De
nuevo miró a su acompañante, su aliento a whisky, su frente húmeda,
aquel traje inglés a medida y los ojos lujuriosos de los que no
podía deshacerse, sino actuaba muy rápido descubrirían el robo.
La melena rubia hielo
destelleó bajo las luces blancas y azules que formaban filas en el
techo proyectándose sobre ellos. Volvió la vista al portero que
ahora encendía un puro con gesto solemne afuera. Era el momento.
Frente a los mudos
ascensores de acero y cristal caía la medianoche y el Rolex del
hombre junto a ella marcaba la hora exacta, desconexión de
videoalarmas por dos minutos. Se lanzó al ataque, sus labios
carnosos, sensuales, hipnóticos engulleron la boca masculina, siguió
salvaje succionando hasta que áquel perdió el sentido y el
equilibrio golpeando con estruendo los mármoles oscuros. Salió
disparada atrapando al vuelo la joya de los lujosos maceteros del
pasillo central, atravesó veloz la emblemática puerta de la entrada
y se perdió fugaz entre las sombras de la noche, dejando únicamente
su aroma de perfume a rosas como la única prueba de su visita".
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